"El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad".
Giovanni Papini
Giovanni Papini
Son quizá las primeras líneas del capítulo VI las que develan no sólo su contenido sino el comienzo del fin del Malestar en la cultura de Sigmund Freud, pues es desde este apartado donde el autor da luces sobre el protagonismo que cobran los instintos en las actuaciones humanas. “NINGUNA de mis obras me ha producido tan intensamente como ésta, la impresión de estar describiendo cosas por todos conocidas, de malgastar papel y tinta, de ocupar a tipógrafos e impresores para exponer hechos que en realidad son evidentes. Por eso abordo con entusiasmo la posibilidad de que surja una modificación de la teoría psicoanalítica de los instintos, al plantearse la existencia de un instinto agresivo, particular e independiente”.
Luego, basta no sólo con revisar las consideraciones sobre el instinto, concebido también como una pulsión o actividad inconsciente innata, para entender la dicotomía de la vida y la muerte existentes en la realidad a partir de los deseos de conservación de la especie y los de agresión y destrucción; que pueden revelarse tanto hacia el otro como en nuestra propia dirección.
En este sentido, es posible validar el sadismo y el masoquismo, distante aquí del plano sexual, como representaciones de algunas emociones humanas como el odio, la venganza e incluso ciertas concepciones de la justicia.
En lo sucesivo, con este capítulo, estamos, pues, ante dos opuestos inherentes a la naturaleza del hombre, presentes a lo largo de todas sus actuaciones sociales con matices de significado netamente diferenciados.
Luego, basta no sólo con revisar las consideraciones sobre el instinto, concebido también como una pulsión o actividad inconsciente innata, para entender la dicotomía de la vida y la muerte existentes en la realidad a partir de los deseos de conservación de la especie y los de agresión y destrucción; que pueden revelarse tanto hacia el otro como en nuestra propia dirección.
En este sentido, es posible validar el sadismo y el masoquismo, distante aquí del plano sexual, como representaciones de algunas emociones humanas como el odio, la venganza e incluso ciertas concepciones de la justicia.
En lo sucesivo, con este capítulo, estamos, pues, ante dos opuestos inherentes a la naturaleza del hombre, presentes a lo largo de todas sus actuaciones sociales con matices de significado netamente diferenciados.
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